Huyendo con determinación de la tentación

“Pero un día que él entró en casa para hacer su trabajo, y no había ninguno de los hombres de la casa allí dentro, entonces ella tomó a José de la ropa, y le dijo: «¡Acuéstate conmigo!». Pero él le dejó su ropa en la mano, y salió huyendo afuera.”

Génesis 39:11-12 NBLA

Alguien me dio un consejo una vez, me dijo: con las tentaciones no se dialoga, de las tentaciones se huye. En efecto no puedes convencer a tu carne con argumentos de no de no pecar; debes huir de ellos tan lejos como puedas.

Ya lo decía Salomón, el avisado ve el mal y se aparta. No puede el hombre abrazar fuego sin quemarse el pecho o caminar entre brazas sin que sus pies se quemen.

Si necesitáramos un manual para resistir la tentación la historia de José es el ABC.

Él respondió sabiamente ante la tentación, fue fiel a Dios y cuando se vio acechado por ella, huyó tan lejos como podía. José no huyó por miedo a una mujer, lo hizo por desconfianza de sí mismo.  Sabía que una vez diera un paso adelante luego no había camino de regreso.

Esto es vital en nuestra lucha diaria con los distintos pecados que enfrentamos. Siempre vamos a estar en el umbral de entrada pero con el camino para huir a nuestras espaldas. Estamos tomando decisiones así diariamente: en nuestro trabajo cuando se nos pide pasar por alto una anomalía o cuando se nos pide mentir, de una o de otra manera estamos en situaciones de este tipo día tras día.

Debemos actuar con sabiduría. Desconfiar de nosotros mismos pues nuestra carne sigue respondiendo aún a los estímulos de una naturaleza pecaminosa. Un día seremos librados de estos peligros, pero mientras eso ocurra, nuestra guardia debe estar arriba y nuestros pies prestos para la carrera.

Si tú hoy estás enfrentando alguna situación comprometedora, no tengas ningún temor de huir, a veces eso es lo más valiente que podrás hacer.  Después de todo Es mejor un perro vivo que un león muerto.