
Rechazar a Jesús
Y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo de tu visitación.
Y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo de tu visitación.
«¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor ! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a Tus discípulos». Pero Él respondió: «Les digo que si estos se callan, las piedras clamarán».
Y sucedió que al regresar él, después de haber recibido el reino, mandó llamar a su presencia a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que habían ganado negociando. Y se presentó el primero, diciendo: «Señor, tu mina ha producido diez minas más». Y él le dijo: «Bien hecho, buen siervo, puesto que has sido fiel en lo muy poco, ten autoridad sobre diez ciudades».
Es precioso ver cómo Jesús, al oír el llamado de este hombre, hace una pausa en su camino. Antes de entrar en Jericó, en medio de su caminar al encuentro de su destino, Jesús mira a este pobre y sufriente desvalido. Y oye su pedido. Y lo sana. Una breve pausa, pero que cambió para siempre el destino de este hombre.
Dios es justo. Dios demanda justicia. Nosotros no somos justos. Nosotros no podemos llegar a ser justos por nosotros mismos. Dios, a través de Jesucristo, alcanza con Su justicia a los hombres. Somos justificados delante de Dios por medio de la fe en Jesucristo. Este es el desarrollo básico del tema en la carta.
Jesús les dijo: Mirad, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que están escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burla, afrentado y escupido; y después de azotarle, le matarán, y al tercer día resucitará. Pero ellos no comprendieron nada de esto; este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía.
Entonces Él les dijo: En verdad os digo: no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna.
Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «Dios, ten piedad de mí, pecador». Os digo que este descendió a su casa justificado pero aquel no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.’