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El evangelio que recibimos: su autoridad y su esencia

todaynoviembre 24, 2022 38

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# Una carta llena de amor firme

Benjamín  y Elena tienen un hijo, que se llama Tomás. Ellos lo han criado desde que era un bebé, lo han educado con los mejores modales y valores, pero Tomás ahora tiene 16 años y se le han acercado a él supuestos amigos que no lo llevan por buen camino.

Los padres de Tomás están preocupados. ¿Va a echar por la borda todo lo que ellos le han enseñado? ¿Va a dejarse influenciar por estos insensatos rechazando el consejo y el amor de sus padres? Estos padres saben que su hijo no está pasando por un tiempo de exploración o rebeldía leve, sino que se está metiendo en un lugar donde puede resultar muy dañado, y hasta temen por su vida.

Benjamín y Elena deciden hablar con su hijo. ¿Qué tono van a usar? ¿Cómo hablar con él? ¿Cómo dejarle la seriedad y lo riesgoso del desatino que está cometiendo y a la vez hacerlo desde el amor que experimentan hacia él como sus padres?

Finalmente, una tarde, estos dos papás sientan a su hijo en el living de su casa y tienen la conversación más seria de la vida del joven. De a momentos el tono se pone intenso y las voces se elevan, y luego hay manos que acarician y lágrimas que fluyen.

Un poco así es esta carta preciosa del apóstol Pablo a nuestros hermanos de Galacia. Él ha recorrido sus ciudades llevando el evangelio, y ahora hay falsos maestros que se han introducido en la iglesia y tienen la intención de alejarlos del evangelio de Cristo. Y entonces él derrama su amor hacia ellos en esta carta, con palabras duras por momentos. Palabras duras, difíciles, pero necesarias.

Ese es el tono que vamos a advertir a lo largo de toda la carta. Una reprimenda cargada de amor. Un llamado a despertar y salir del engaño. Cargado de la urgencia de saber que los falsos maestros que se han introducido en las iglesias de la zona los están alejando del evangelio de Cristo…

 

“Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: 

Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Gálatas 1:1-4

 

En el pasaje que compartimos hoy vamos a aprender que el evangelio que hemos recibido viene de parte de Dios y que él nos lo ha dado a través de la autoridad de los apóstoles. Y vamos a ver también la esencia del evangelio como obra de Dios, exclusivamente de Dios, y que hemos recibido solo por su gracia y misericordia  .

 

# El evangelio que recibimos: creemos en lo que los apóstoles nos entregaron

Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: 

 

Pablo comienza dejando bien claras tres cosas en el comienzo de la carta. Primero, que él es un apóstol. Luego que esto no es decisión humana, y finalmente, que su apostolado es de Dios el Padre y del Señor Jesucristo.

 

El término apóstol significa enviado, mensajero. Es decir, un apóstol de Jesucristo es alguien a quién Jesús le encomendó una tarea especial. El encargo de esa tarea trajo aparejada una autoridad especial, que el Señor hizo recaer sobre doce de sus discípulos.

Estos doce apóstoles son los que recibieron el encargo del Señor de transmitir su mensaje, y llevarlo hasta el último rincón de la tierra.

El Señor les dijo:

 

“Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:25–26)

 

Y así es en verdad. La doctrina de los apóstoles es la doctrina de Cristo, es el evangelio. La iglesia está fundada en Cristo, sobre su persona, su obra y su mensaje.

Y ese mensaje nos fue transmitido por aquellos a los que el Señor se los encargó. Las enseñanzas que los apóstoles transmitieron son el fundamento de la iglesia.

 

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;” (Efesios 2:19–21, RVR60)

 

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hechos de los Apóstoles 2:42)

 

Hay un par de cuestiones muy importantes que tenemos que considerar…

Primeramente, que los apóstoles no se erigieron a sí mismos en este rol, sino que fueron llamados y escogidos por Dios, y por el Señor Jesucristo. Esto es cierto para los doce, y es también cierto acerca de Pablo, quién es la excepción que confirma la regla.

 

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” (Juan 15:14–16)

 

En el libro de los Hechos, cuando Judas Iscariote debe ser reemplazado, se establecen los requisitos para ser considerado para sustituirlo:

 

“Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.” (Hechos de los Apóstoles 1:21–22)

 

Es decir, que el requisito era haber estado con Jesús durante su ministerio público y ser un testigo de su resurrección. Dos personas cumplían con esos criterios y Matías fue el elegido. Tiempo después, Pablo sería llamado al apostolado de manera extraordinaria, mientras se dirigía a la ciudad de Damasco con el propósito de perseguir a los seguidores de Cristo.

 

“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído.” (1 Corintios 15:3–11)

 

Así que, algo importante a considerar, es que en este tiempo no tenemos apóstoles. Simplemente porque nadie puede reclamar haber caminado con Jesús ni ser un testigo de su resurrección.

 

Los apóstoles recibieron la misión de poner el fundamento de la iglesia. Cristo es la piedra angular, y los apóstoles y profetas son el fundamento, como leímos en el capítulo 2 del libro de Efesios. Ellos recibieron una autoridad necesaria en ese entonces.

Ell Espíritu Santo los capacitó para transmitir con fidelidad el mensaje de Jesús, el evangelio. El Espíritu Santo los inspiró para plasmar ese mensaje en las Escrituras. Los apóstoles tienen un papel especial y único en la historia de la iglesia. Ellos plasmaron el Nuevo Pacto (Nuevo Testamento) en Cristo en las Escrituras.

Podemos observar esa singularidad incluso en el libro de Apocalipsis.

 

“Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal.Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel;al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas.Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.” (Apocalipsis 21:9–14)

 

Dios se ha revelado a nosotros de manera especial en Las Escrituras. La Biblia ya está concluída, nadie puede quitar nada de ella, ni agregar nada a ella. No es posible, no es necesario, no agrada a Dios.

Ahora bien, el fundamento ya ha sido puesto. Y es sobre ese fundamento sobre el que nosotros, hoy, seguimos edificando.

Así que, no hay apóstoles en nuestros días, porque nadie puede agregar a lo que Dios ha hablado por medio de Las Escrituras.

Sabemos que hay hombres que se autoproclaman apóstoles, y traen “nueva revelación” de Dios para estos tiempos. La mayoría de ellos son mercaderes de la fe, que solo buscan ganancias deshonestas, comerciando con el nombre del Señor. Y quienes sean sinceros en sus afirmaciones, bueno, pues están sinceramente equivocados. Basta leer un poco más adelante en esta misma carta que eso sería, sencillamente, “otro evangelio”, y no hay otro evangelio.

 

En síntesis, estamos hablando de que los apóstoles tuvieron y tienen un rol y autoridad únicos en nuestra fe.

La razón por la que ellos tienen tal autoridad, como nunca jamás volvió nadie a tener (ni siquiera personas muy relevantes en la historia de la iglesia, como Agustín, Calvino, Lutero, o quien usted quiera) es porque ellos recibieron la tarea y la capacidad de transmitir y plasmar un mensaje que viene de Dios, y cuyo tema central es Cristo, su persona y su obra en el evangelio.

 

Así que la autoridad de los apóstoles existe porque emana de Dios y porque ellos no transmitieron su propio mensaje sino lo que Dios, inspirándolos por su Espíritu, les dio.

 

Ahora que hemos visto la importancia y la necesidad de tal autoridad de los apóstoles entendemos con mayor claridad lo que Pablo les dijo a los gálatas.

Escuchen, el que les está escribiendo es un apóstol, un enviado, pero no enviado por ningún hombre, sino enviado por el Padre, y por Jesucristo. 

Esa es la autoridad que Pablo reclama.

Y considera necesario hacerlo porque están en tela de juicio su apostolado, y en consecuencia, su mensaje de gracia.

Si Pablo no es un apóstol de Jesucristo, lo que Él enseñó no tiene autoridad.

 

¿Cómo nos impacta eso a nosotros hoy? 

El tema es la autoridad. ¿En qué creemos? ¿En “quién” creemos? ¿Cuál es la autoridad de la Iglesia? ¿Cómo sabemos cuál es el mensaje que viene de Dios y cuál no?

La iglesia del Señor Jesucristo cree y confía, exclusivamente en el Señor Jesucristo. Pero decir eso puede sonar muy amplio. Muchos son los que dicen creer y confiar en Jesús.

 

El Señor Jesús afirmó que Él es la Verdad (Juan 14:6), y también dijo que la Palabra de Dios es la Verdad (Juan 17:17).

Nosotros reconocemos y tenemos como autoridad sobre nuestras vidas La Palabra de Dios. El fundamento de la iglesia son los profetas, que hablaron de parte de Dios, y los apóstoles, que también hablaron de parte de Dios. Y el mensaje que Dios les dió para que transmitan es, precisamente la Palabra de Dios, La Biblia.

Este es el principio que los reformadores llamaron “Sola Scriptura”, y significa que solamente la Escritura tiene autoridad para la fe y la práctica del cristiano. La Biblia es completa, autoritativa y verdadera.”

 

Todo lo que decimos, todo lo que creemos, lo que hacemos y vivimos debe ser moldeado por lo que La Escritura nos enseña acerca de quién es Dios, y qué demanda y espera Él de sus hijos.

 

Creemos y sostenemos lo que los apóstoles nos transmitieron. Ese es el evangelio en el que creemos, porque no hay otro, porque nadie más recibió tal tarea.

Reconocemos la autoridad apostólica cuando La Biblia es autoridad en nuestras vidas. Y entonces, a la hora de tomar una decisión, a la hora de evaluar un asunto, procuramos que sea Dios quien nos instruya, guíe y dé sabiduría por medio de Su Palabra.

No se trata de lo que siento, no se trata de lo que me parece, no se trata de lo que la mayoría opine, no se trata de lo que el pastor reconocido haya escrito. Se trata de que La Biblia es la Palabra de Dios.

 

Nosotros también debemos perseverar en la doctrina de los apóstoles, porque esa es la doctrina de Cristo. Cualquier otra doctrina es falsa, y acarrea maldición.

 

# El evangelio que recibimos: un evangelio de gracia y paz con Dios como el centro

Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 

 

Observemos de qué manera Pablo recoge y reclama su autoridad de ninguna otra fuente que no sea el Señor, y el evangelio que Él le ha encomendado.

 

La expresión que Pablo usa, es más que un saludo, es el núcleo y el ingrediente principal de su evangelio.

El evangelio se trata de la gracia y de la paz.

Gracia, porque es a causa del evangelio que los hombres recibimos lo que no merecemos. Nadie merece el amor de Dios, nadie merece la misericordia de Dios, nadie merece ser llamado hijo de Dios. Y sin embargo, eso es lo que Él hace, por gracia.

A medida que avancemos en esta carta vamos a ver la relevancia de este concepto para la vida en el evangelio. El evangelio es, de principio a fin, gracia. Dios, haciendo lo que no podemos hacer.

Y paz. Porque el hombre está enemistado con Dios a causa del pecado, pero Dios selló con Él un Pacto que limpia el pecado del hombre y lo transforma de enemigo rebelde, a hijo y amigo.

Gracia y Paz son dones maravillosos con los que Dios nos alcanza, que recibimos, no ganamos, no trabajamos por ellos.

 

¿Cómo llegan a nosotros la gracia y la paz de Dios? 

Primeramente, porque Cristo se entrega a sí mismo por nuestros pecados. Como sabemos, el pecado del hombre tiene consecuencias, acarrea maldición y muerte.

Pero Cristo se dió a sí mismo en sacrificio, recibiendo sobre Él nuestra maldición y nuestra muerte, y así nosotros somos ahora benditos de Dios, y vivos en Cristo.

 

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:1–10)

 

Es Cristo que se da en sacrificio, porque nadie más podría hacerlo. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él es el Cordero puro y sin mancha que derramó su sangre para que de una vez y para siempre fluya desde la Cruz el perdón y la misericordia de Nuestro Dios.

Martín Lutero, al leer que es Cristo el que se da a sí mismo, afirmó que estas palabras eran como un trueno desde el cielo, que acallan todo intento humano de autojustificación.

Es el Cordero, es Su sangre la que nos limpia. Sólo el Cordero.

 

Como dice el himno:

 

Qué me puede dar perdón? / Solo de Jesús la sangre; / ¿Y un nuevo corazón? / Solo de Jesús la sangre

Precioso es el raudal / Que limpia todo mal; / No hay otro manantial, /Solo de Jesús la sangre.

 

Y Cristo se dio a sí mismo como sacrificio para rescatarnos del presente siglo malo.

Mira, la Biblia habla de este siglo, y el venidero. Cuando Cristo nos da vida, nos coloca en su Reino, Él lo hace.

Y lo que Cristo hizo fue limpiarnos de nuestro pecado, hacernos hijos de Dios y que recibamos la esperanza de la instauración perfecta y definitiva de su Reino Eterno.

Él viene, el juzgará todo pecado, Él despojará de toda autoridad a Satanás y sus secuaces y viviremos con Él para siempre. Él nos rescata de este siglo malo porque nos coloca junto a Él en el siglo venidero.

Pero también nos rescata de este siglo malo, porque transforma nuestra manera de vivir en el aquí y ahora. Nosotros somos parte de ese Reino Eterno hoy. Él nos santifica, Él limpia nuestras vidas y comienza en nosotros la buena obra, la de hacernos cada día más parecidos a Él.

Él nos ayuda a correr la carrera, despojándonos del pecado, por la obra de Su Espíritu en nosotros, creciendo en vivir conforme a sus mandamientos.

 

Y todo eso es posible porque Cristo lo hizo. Y Cristo lo hizo en obediencia a la voluntad del Padre.

 

El evangelio se trata de Dios. Dios es el evangelio. Los hombre no podríamos jamás haber pensado un plan tan maravilloso y sorprendente. Es la voluntad del Padre, obedecida por el Hijo, sellada por el Espíritu Santo en nosotros.

Y todo se trata, siempre, del evangelio, del precioso evangelio. ¿Cuál es el problema del hombre? El pecado. ¿Cuál es la solución? El evangelio. Cristo muriendo por nosotros, Cristo llamándonos al arrepentimiento, Cristo santificandonos por su Palabra, Cristo transformándonos con Su Palabra, Cristo reconciliándonos con el Padre.

 

Y ante eso, solo nos queda exclamar, una vez más, a Dios sea la gloria.

 

Es el evangelio en lo que necesitamos creer. El evangelio de Jesús, quien se dio a sí mismo en sacrificio, el evangelio que Pablo y los apóstoles nos entregaron, el evangelio revelado en Las Escrituras.

 

# A modo de conclusión

¿Qué enseñanzas encontramos entonces, en este pasaje? 

Primeramente, un llamado a sujetarnos a la autoridad apostólica, a la autoridad de La Escritura. Esto implica que necesitamos ser fieles estudiantes de la Escritura, debemos conocerla, debemos alimentarnos de ella, debemos ser estudiantes de La Palabra. Que la Biblia sea nuestra autoridad nos va ayudar también a distinguir y rechazar a aquellos que no enseñan la doctrina de los apóstoles, la doctrina de Cristo. Es necesario que estemos alertas ante tantos y tantos engañadores. El Espíritu Santo nos guarda de la mentira de “otro evangelio” por la Palabra de Dios.

Y en segundo lugar, necesitamos recordar que el evangelio es lo que Dios ha hecho. Él nos escogió, Él nos dio vida, Él nos transforma.

¿Soy hoy un poquito más como Cristo que ayer? Su gracia me sostiene, solo su gracia.

Y entonces entiendo que el evangelio consiste en no mirarme a mí, en no buscar mérito en mí, sino en mirar a Cristo, y su Cruz.

El evangelio me despoja de mi orgullo, me despoja de la jactancia. Y entender lo bajo que podría yo caer, me hace apreciar, amar y glorificar más cada día al que me rescató.

 

Hay un solo evangelio, el que se encuentra en Las Escrituras, el que los apóstoles nos entregaron, el que rebosa de la Gloria del Cordero Inmolado, el que nos lleva a maravillarnos ante la grandeza de Dios.

 

Podés escuchar este escrito, expuesto como un sermón en la Iglesia Bíblica Lincoln, en Spotify

Sebastian Winkler (213)

Sebastián Winkler. Discípulo de Jesús, esposo de Karina y papá de Julia y Emilia. Profesor de Lengua y Literatura. Estudia la diplomatura en Biblia y Teología en el Instituo de Expositores de Argentina. Sirve en la Iglesia Bíblica Lincoln; colabora en Soldados de Jesucristo y es el autor del blog: engraciaysabiduria.com

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Escrito por Sebastian Winkler

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