El llanero solitario

El que vive aislado busca su propio deseo, contra todo consejo se encoleriza.

(Pr 18:1)

Dios no nos diseñó para ser llaneros solitarios, aunque muchas veces es lo que deseamos.

Cómo desearíamos no tener que rendir cuentas a nadie, no tener que responder preguntas o explicar por qué hacemos lo que hacemos. La soledad y el aislamiento es una tentación con la que luchamos muy frecuentemente, después de todo, es la condición perfecta para hacer lo que queramos sin tener que explicar nada.

Pero como lo mencioné, este no e cel diseño De Dios. En el huerto, Dios creó al hombre acompañado y lo creó para que multiplicara una familia. No fuimos puestos en una isla para sobrevivir por instinto de modo que esta es una tentación que debemos resistir permanentemente.

Como vemos en el proverbio, la motivación de este aislamiento está no en la gente que nos rodea o que no sean la compañía que queremos, esta en nosotros mismos, en nuestro egoísmo o en nuestro propio deseo. Queremos ser los dueños de nosotros mismos, vivir de acuerdo a nuestra ley. Eso hace que encerrarnos en el cuarto o la oficina sea un placer; pero cuidado, es un mal más peligrosos de lo que piensas.

Las personas individualistas y aisladas tienden a responder mal a los consejos, no les gusta que nadie les sugiera siquiera lo que deben hacer. De hecho, suele responder con cólera al consejo. Esto no es otra cosa que orgullo, creer que somos dioses o que nadie es digno de estar siquiera cerca.

Hay una bendición en poder caminar y compartir con otros. Es reconocer que podemos caer, que necesitamos ayuda, que no conocemos todo y que necesitamos de lo que otros puedan ofrecernos.

El aislamiento nos conduce a la vanagloria, pero buscar compañía nos conduce a compartir de lo que Dios deseó para nosotros: el cuidado, la ayuda y el apoyo cuando sea más necesario.