La vana seguridad de confiar en las riquezas

“¡Oigan ahora, ricos! Lloren y aúllen por las miserias que vienen sobre ustedes. Sus riquezas se han podrido y sus ropas están comidas de polilla. Su oro y su plata se han oxidado, su herrumbre será un testigo contra ustedes y consumirá su carne como fuego. Es en los últimos días que han acumulado tesoros.»

Santiago 5:1-3 NBLA

Dios no condena la riqueza, pero si aquellos que la adoran como su única confianza.

Nacemos con una tendencia natural al control y el poder y es por eso que una de las primeras cosas que comenzamos a desear desde niños es dinero. Aun cuando sea con las intenciones más inocentes. El pecado del corazón poco a poco va haciendo ese deseo mucho más dañino hasta que sin darnos cuenta se convierte en una avaricia que carcome.

Santiago escribe aquí específicamente a aquellos que han depositado su confianza en sus riquezas y en consecuencia oprimen a los pobres, se jactan y viven solo de sus placeres. La advertencia es que esto no durará para siempre, que estas riquezas serán consumidas por la polilla y que al final nada se llevarán al otro lado de la eternidad.

No está mal que alguien quiera gozar de las bendiciones que Dios da y comparta de esto con otros, pero el amor al dinero puede cegarnos y hacernos creer que toda la esencia de la vida esta ahí. Fue Jesús mismo quien dijo: de qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si se pierde su alma.

Tenemos un llamado y es a vivir con humildad y reconociendo que todo cuanto poseemos proviene de Dios y que no es para nuestra propia jactancia, sino para la Gloria de nuestro Dios.